Una de las películas con más agallas de este año. Hacer algo tan realistícamente sobrio, con este nivel de detalle y exigencia física, pero sin ni un glamour narrativo, o si quiera verbal... es un épico minimalismo. La temple de Robert Redford, su universal transparencia, y su tormentoso paisaje sonoro la hacen muy recomendable sólo por lo desafiante que fue.
**** 1/2