Su muy solemne e íntima competencia la mantiene muy a flote a pesar de sus violentos y súbitos cambios de tono. Firth e Irvine están brillantes en todos sus matices, y la fotografía es impecablemente minimalista -- de pocas palabras y movimientos, yendo de la cálida ternura a la oscuridad y el trauma, tejiendo ambos polos mejor que el propio guión.
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