No sólo retrata una identidad sexual poco mencionada y díficil de poner en palabras con grata ternura y firme comprensión; sino que para ello convierte a Santiago en un vibrante personaje más. Quizás insistirá su poco en los simbolismos urbanos, pero quien haga que el Mapocho luzca así de melancólico está haciendo algo bien.
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