Aronofsky vuelve a sus hiperkinéticas, vibrantes ediciones, y aunque el tono épico se sienta como una curiosidad en su catálogo -- sólo eso es. Logra hacer la historia muy propia a través de visualmente potentes e intimidantes vaivenes sobre la humanidad ante Dios; y de sus ideológicamente ciegas (Winston) o acongojantes actuaciones (Watson).
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