Estéticamente hecha para la tele y nunca demasiado ambiciosa, pero aún así entretiene. Estas tramas de santos vs. racistas totales no son de las más profundas o sutiles, pero Chadwick Boseman y Josh Gad se complementan muy bien mientras que Sterling K. Brown bien llega a impactar; aunque por casarse con los clichés de abogados y tribunales, decida contar su historia dos veces con resultados decrecientes.
Sin abandonar su tradicional magia y folclor, Cartoon Saloon toca una durísima e intragable realidad con franqueza, dignidad, optimismo, y un riquísimo arte que cautiva, atrapa, y conmueve. Ningún golpe suyo es en falso, y ninguna historia es sólo escapismo: esto bien pudo haber sido live action, pero aprovecha la expresividad de la animación para inspirar a la inspiración misma.
PTA y DDL vuelven a la genialidad con un proyecto de amor sobre el amor y sus tóxicas adicciones: vestida como los reyes, y con un Greenwood desbordando estados mentales con suma gracia; es un prisma hecho guión donde los roles de pareja y sus expectativas se entremezclan en intensos vaivenes emocionales: de la musa a la novia; del amor al arte al casarse con su trabajo; del ser al dejar ser.
Cargada de dobles estándares y tensión cultural, pero a fin de cuentas es predecible y monótona. Su recuento importa más que la presentación, claro, pero aún así se puede preveer el final por su esperanza y cercanía inicial; y tanta dramatización basada en retratos le da un carácter bien seco y tedioso. El tema debería indignar e inspirar, pero esto es un complejo fun fact.
Con una duración así le cuesta un poco encontrar su tono, pero una vez que lo hace absorbe con frialdad, violencia, conspiración, y una determinación inamovible. Jamás sabremos qué tal hubiera estado Spacey, pero Plummer domina a la distancia condicionando toda la película (aunque a veces la post-pro de urgencia es obvia), mientras que Williams arde de carácter en su desesperación.
Ugh. Me da asco el que a pesar de todo lo cuestionable, me guste esta película -- o sea, no crean que esto es remotamente histórícamente acorde; y tampoco piensen que es cine innovador (Dench se repite su plato típico, y Frears hasta la tiene cantando a lo Foster Jenkins); pero como historia de amistad, lealtad, e integridad, atrae con palabras simples, lazos palpables, y un vestuario de lujo.
Qué forma de encapsular estos días de tensión y acción con este tipo de cine: familiar y compacta, pero con un trasfondo social terrible e inescapable; de tú a tú pero no te quita los ojos de encima; y de una colosal carga emocional: va del ataque a la culpa y viceversa con una furia sangrienta, dolida, y silenciosa. Como documental, es una misión de vida; como cine, es un statement y medio.
Para los que cachan de los Óscars, esta película está pasada a Comité Ejecutivo. Una ¿comedia? fría, estrafalaria, y sequísima como la vanguardia europea actual, así que para todos no es (pero si eres fan de Lanthimos, te vas a sentir en casa, casi). Dicho eso, su dos horas de inexpresividad y distanciamiento pueden apabullar, y eso que LA subtrama que ofrece se abandona sin profundizarse.
Of Mice and Men con la banda sonora de Drive, casi -- frenética, maquiavélica, irremediable, improvisa sobre la marcha; es una pésima noche pero un buen show donde Robert Pattinson es por lejos mucho mejor que su propia película: es hipnótico en su efecto dominó que va construyendo y reparando a medida que se desarma. No irá a ninguna parte, pero esto no es de profundidades de por sí.
Uf. Los decorados aquí le roban el show a Streep, Hanks, y Spielberg. La película se codea con lo contemporáneo con sus ángulos feministas y de la libertad de expresión, pero esto es perpetuamente estático e insípido. El guión gira en torno a una decisión tomada con más griterío que ganas, y a pesar de sus implicaciones nunca sientes un riesgo o una recompensa mayor que un alarde. Pero hey, ¡esos sets!
Incluso si la película comienza advirtiéndote de su giro, una vez que sucede (y bien repentinamente, vale decir) la película cae por su propio peso y jamás se levanta. Lo anacronista pero fuerte de su código moral y las interpretaciones de Washington y Farrell te dejarán una impresión; sin embargo a nivel de producción esto bordea la tele vespertina entre lo nada especial y lo cliché.
En tiempos así de cínicos y agresivos, esto es un pequeño tesoro. Sincerísima, afectuosísima, mágica en producción y visuales, y con un tour de Londres imposiblemente más cautivador; es una secuela simplemente perfecta. Su versión de Shawshank, de Grand Budapest, de Chicago -- ¡hasta de Shape of Water! Y aún así única en ternura y familiaridad. Este cine es puro escapismo en su mejor definición.
100% Aaron Sorkin -- ya se sabe que funciona de maravilla en los dramas de corte, y en las conspiraciones y vértigos del póker también brilla con su firma en edición; pero... quizás es mucho Aaron Sorkin: una cosa es que sea mucho diálogo bien secos de empatía (incluso cuando las escenas la exigen), pero otra cosa es que hablen esencialmente en one-liners. A veces le calza, pero cuando no es cursi.
Tensa y brutal a ratos, y una ambiciosa producción con un reparto de lujo... ¿pero qué es, realmente? ¿hay siquiera una paradoja aquí? Si es de Cloverfield, es por un pie de página corcheteado al guión, y sea como sea es un compendio de cosas creepy que en su conjunto no dejan impacto alguno. O sea, esto es mucho horror corporal como para que los personajes lo dejen atrás así de rápido.
Puedo entender a Gary Oldman queriendo un Óscar, pero viniendo de Joe Wright esto es desesperación: biopic, WW2, ni tan seria ni tan ligera, kilos de maquillaje, competencias de gritos para ver quién actúa más fuerte, y un anti-sutil y agravante sentido de auto-importancia. ¿El otro lado de la de Chris Nolan? Totalmente: mismo contexto, pero diferentes historias, y la suya es mejor.